TRAS EL SILENCIO
Mencion Honorífica
CEPA de Trapagaran 2013
Carlos contemplaba como el
día se apagaba poco a poco entre destellos de luces cobrizas, mientras apretaba
la carta de Eva entre sus manos.
Estaba sentado ante una
taza de café, ya frío, en la terraza del mirador que ambos solían frecuentar.
Frente al mar, sin poder apartar los ojos de las rabiosas olas que en su
ir y venir, se rompían en espumosas estampidas contra los acantilados.
Cómo envidiaba aquella
fuerza que emanaba del mar, si él hubiera sido capaz de manifestarse con la
misma bravura, con la misma pasión y vehemencia…
Siempre había creído que
los años compartidos con Eva fueron felices, ahora comprendía que tan solo
habían sido cómodos y lo único que se sentía capaz de hacer era apretar más y
más la carta entre sus manos y recordar.
Él, intachable funcionario
en el Ayuntamiento de su municipio, una bonita villa costera. Ella, impulsiva y apasionada diseñadora de
moda, trabajaba desde su propia casa para un acreditado comercio de la capital.
Se conocieron en un baile
de despedida de solteros al que ambos habían acudido con sus respectivos amigos
y del que se fueron solos y citados para una posterior salida. A él, Eva le
pareció perfecta; veinte años, morena, esbelta sin ser demasiado alta, nunca le
habían gustado las chicas demasiado altas, era muy incomodo a la hora de
llevarlas cogidas por los hombros, y tenía unos preciosos ojos verdes que a
veces se confundían con el tono verdoso de las ondulantes olas del mar. Era dinámica y ocurrente, también habladora,
tanto, que a veces tenía que silenciarla con sus besos, lo que a ella le
provocaba unas bulliciosas y contagiosas carcajadas.
Él era diez años mayor que
ella, aunque todos los amigos opinaban que era la pareja perfecta para
ella; con su aspecto juvenil, siempre
intachable en el vestir, de ojos oscuros, pelo castaño y un poco más largo de
lo habitual en los hombres de su edad.
Cuando al de cierto tiempo decidieron compartir sus
vidas, se trasladaron a un apartamento mayor del que Eva tenía, aunque ambos
acordaron mantener sus costumbres, ella seguiría trabajando desde casa y los dos colaborarían en las tareas
domesticas.
Disponían
de muchas tardes libres que dedicaban a asistir a diversos eventos; les gustaba
el cine, el teatro, conciertos y también dar agradables paseos sobre los
acantilados que llegaban hasta el faro y que siempre terminaban en la terraza
de aquel café frente al mar, donde cogidas las manos, observaban extasiados los
últimos rayos del sol antes de ser devorados por el mar. No conseguía recordar
en qué momento comenzó a deteriorarse lo que parecía una romántica y armoniosa
relación, a Eva comenzaron a surgirle algunos compromisos para asistir a diversos
desfiles de moda de los que era diseñadora.
Al
principio él la acompañaba pero pronto sintió que aquel mundillo no le atraía
lo mismo que a ella por lo que opto por quedarse en casa o salir con alguno de
sus antiguos amigos para distraerse. Eva
protestaba pero respetaba su decisión, era lo que habían acordado, aunque la
molestaba que las tardes en que ella no tenía compromisos él ya había quedado
con sus amigos o si no había quedado, se quejaba de unos molestos dolores de
estomago que le impedían salir, prefiriendo quedarse en la cama.
Así comenzó Eva a acudir
sola al cine, al teatro y a algún concierto que otro. No entendía la actitud de
Carlos pero tampoco tenía ánimos para discutir con él.
Día a día se desmoronaba
la armonía de su convivencia sin siquiera hablar de ello, se limitaban a hacer
cada uno su vida sin apenas coincidir, muchas noches incluso cenaban cada uno
en distintos lugares, a la hora de acostarse aunque compartían el lecho, se
despedían con un exiguo beso mientras se daban la espalda sumergiéndose en un
denso y sombrío silencio.
Al levantarse cada mañana,
desayunaban juntos, hablándose cordialmente, despidiéndose con otro somero beso
y deseándose mutuamente una feliz jornada, y después…otra vez el silencio.
Así transcurrió ese año, y el siguiente, y el otro…
hasta el día en el que al llegar como siempre a las tres de la tarde del
trabajo, se encontró aquella carta de Eva.
Era su despedida, ya no soportaba más aquella
situación, le decía lo mucho que le había querido y lo feliz que había sido a
su lado pero no quería sufrir más por algo que había tenido que descubrir ella
sola y que hubiera preferido que él le confesara. Lo había visto con sus propios ojos la tarde
anterior al acudir al cine comenzada ya la película. Tuvo que sentarse en la
última fila para no molestar a nadie y les vio, estaba rodeando con su brazo
los hombros de alguien a quien no conseguía distinguir y no lo pudo soportar,
tampoco quería hacer una escena ni reprocharle nada, había ocurrido y ella sin
más ponía tierra de por medio.
Carlos permanecía con los
ojos fijos en aquellas olas que iban y venían turbulentamente, como presentía
que sería la verde mirada de Eva de tenerla delante. Nunca quiso dañarla, habían sido tan
felices… Aquello surgió sin él pretenderlo ni siquiera imaginarlo y no fue
capaz de confesárselo. Nadie habría podido comprenderlo y ahora el daño estaba hecho.
Sintió que sus ojos se
llenaban de lágrimas mientras apretaba cada vez más fuerte la carta de Eva,
apenas advirtió la borrosa presencia de Enrique que sacando un pañuelo de su
bolsillo se lo ofreció mientras le abrazaba amorosamente susurrándole al oído:
- Querido, esto tenía que ocurrir tarde o temprano,
ella logrará olvidarte, no te atormentes más, yo te compensare por todo.
Meri