sábado, 27 de abril de 2013

TRAS EL SILENCIO



TRAS EL SILENCIO

Mencion Honorífica CEPA de Trapagaran 2013

Carlos contemplaba como el día se apagaba poco a poco entre destellos de luces cobrizas, mientras apretaba la carta de Eva entre sus manos.
Estaba sentado ante una taza de café, ya frío, en la terraza del mirador que ambos solían  frecuentar.  Frente al mar, sin poder apartar los ojos de las rabiosas olas que en su ir y venir, se rompían en espumosas estampidas contra los acantilados.
Cómo envidiaba aquella fuerza que emanaba del mar, si él hubiera sido capaz de manifestarse con la misma bravura, con la misma pasión y vehemencia…
Siempre había creído que los años compartidos con Eva fueron felices, ahora comprendía que tan solo habían sido cómodos y lo único que se sentía capaz de hacer era apretar más y más la carta entre sus manos y recordar.
Él, intachable funcionario en el Ayuntamiento de su municipio, una bonita villa costera.  Ella, impulsiva y apasionada diseñadora de moda, trabajaba desde su propia casa para un acreditado comercio de la capital. 
Se conocieron en un baile de despedida de solteros al que ambos habían acudido con sus respectivos amigos y del que se fueron solos y citados para una posterior salida. A él, Eva le pareció perfecta; veinte años, morena, esbelta sin ser demasiado alta, nunca le habían gustado las chicas demasiado altas, era muy incomodo a la hora de llevarlas cogidas por los hombros, y tenía unos preciosos ojos verdes que a veces se confundían con el tono verdoso de las ondulantes olas del mar.  Era dinámica y ocurrente, también habladora, tanto, que a veces tenía que silenciarla con sus besos, lo que a ella le provocaba unas bulliciosas y contagiosas carcajadas.
Él era diez años mayor que ella, aunque todos los amigos opinaban que era la pareja perfecta para ella;  con su aspecto juvenil, siempre intachable en el vestir, de ojos oscuros, pelo castaño y un poco más largo de lo habitual en los hombres de su edad.
Cuando al de cierto tiempo decidieron compartir sus vidas, se trasladaron a un apartamento mayor del que Eva tenía, aunque ambos acordaron mantener sus costumbres, ella seguiría trabajando desde  casa y los dos colaborarían en las tareas domesticas.
Disponían de muchas tardes libres que dedicaban a asistir a diversos eventos; les gustaba el cine, el teatro, conciertos y también dar agradables paseos sobre los acantilados que llegaban hasta el faro y que siempre terminaban en la terraza de aquel café frente al mar, donde cogidas las manos, observaban extasiados los últimos rayos del sol antes de ser devorados por el mar. No conseguía recordar en qué momento comenzó a deteriorarse lo que parecía una romántica y armoniosa relación, a Eva comenzaron a surgirle algunos compromisos para asistir a diversos desfiles de moda de los que era diseñadora.  
Al principio él la acompañaba pero pronto sintió que aquel mundillo no le atraía lo mismo que a ella por lo que opto por quedarse en casa o salir con alguno de sus antiguos amigos para distraerse.  Eva protestaba pero respetaba su decisión, era lo que habían acordado, aunque la molestaba que las tardes en que ella no tenía compromisos él ya había quedado con sus amigos o si no había quedado, se quejaba de unos molestos dolores de estomago que le impedían salir, prefiriendo quedarse en la cama.
Así comenzó Eva a acudir sola al cine, al teatro y a algún concierto que otro. No entendía la actitud de Carlos pero tampoco tenía ánimos para discutir con él.
Día a día se desmoronaba la armonía de su convivencia sin siquiera hablar de ello, se limitaban a hacer cada uno su vida sin apenas coincidir, muchas noches incluso cenaban cada uno en distintos lugares, a la hora de acostarse aunque compartían el lecho, se despedían con un exiguo beso mientras se daban la espalda sumergiéndose en un denso y sombrío silencio.
Al levantarse cada mañana, desayunaban juntos, hablándose cordialmente, despidiéndose con otro somero beso y deseándose mutuamente una feliz jornada, y después…otra vez el silencio.
Así transcurrió ese año, y el siguiente, y el otro… hasta el día en el que al llegar como siempre a las tres de la tarde del trabajo, se encontró aquella carta de Eva. 
Era su despedida, ya no soportaba más aquella situación, le decía lo mucho que le había querido y lo feliz que había sido a su lado pero no quería sufrir más por algo que había tenido que descubrir ella sola y que hubiera preferido que él le confesara.   Lo había visto con sus propios ojos la tarde anterior al acudir al cine comenzada ya la película. Tuvo que sentarse en la última fila para no molestar a nadie y les vio, estaba rodeando con su brazo los hombros de alguien a quien no conseguía distinguir y no lo pudo soportar, tampoco quería hacer una escena ni reprocharle nada, había ocurrido y ella sin más ponía tierra de por medio.
Carlos permanecía con los ojos fijos en aquellas olas que iban y venían turbulentamente, como presentía que sería la verde mirada de Eva de tenerla delante.   Nunca quiso dañarla, habían sido tan felices… Aquello surgió sin él pretenderlo ni siquiera imaginarlo y no fue capaz de confesárselo. Nadie habría podido comprenderlo y ahora el daño estaba hecho.
Sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas mientras apretaba cada vez más fuerte la carta de Eva, apenas advirtió la borrosa presencia de Enrique que sacando un pañuelo de su bolsillo se lo ofreció mientras le abrazaba amorosamente susurrándole al oído:
- Querido, esto tenía que ocurrir tarde o temprano, ella logrará olvidarte, no te atormentes más, yo te compensare por todo.
Meri